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lunes, 27 de agosto de 2012

Exposición de libros ilustrados


El fin de semana pasado se hizo la exposición de los libros ilustrados por los alumnos y las alumnas de la cátedra de Lenguaje visual 3 de la Facultad de Bellas Artes UNLP. Estuvo muy buena, los libros uno más lindo que el otro, y lo mejor es que fueron donados a la Biblioteca ambulante del Hospital de Niños y a la del Centro Cultural La Grieta:

Aquí en el diario salió más información:

http://www.eldia.com.ar/edis/20120822/bellas-artes-confeccionan-nuevos-libros-forma-artesanal-20120822204629.htm

Unas fotos de los libros que tienen mis cuentos :-)









lunes, 13 de agosto de 2012

Superhéroes


Siempre que mi hermano y yo jugábamos a los superhéroes me obligaba a hacer de malo. Alguien tiene que hacer de malo. Lo que no entiendo es porqué tenía que hacer yo siempre ese papel, no lo sé. Verdaderamente no lo sé. Será porque Damián, él, mi hermano, sólo pudo hacer algo bueno por la gente “en peligro” cuando éramos chicos y encarnaba a los superhéroes del momento y a los de otras épocas también, aunque menos. Lo hacía con mucha pasión, creo que era lo único que lo motivaba realmente. De todos modos no me aburría jugar siempre a lo mismo, yo era su único amigo. Había dejado la escuela, mamá siempre decía que no le daba la cabeza, que era igual a mi papá. No lo podría afirmar porque no me acuerdo nada de él, se fue cuando recién nací, tal vez antes, nadie me confirmó esa fecha nunca, muchas contradicciones, en un punto de mi corta existencia ya no quise averiguar más y no volví sobre el punto jamás. Damián en el barrio tampoco había hecho muchas migas con nadie por una vez que se contagió piojos y se los pasó a los demás: “Damián, el piojoso” le había quedado. Cada vez que lo oía, que murmuraban eso, que le gritaban su sobrenombre, como que se le saltaba la térmica y los cagaba a palos a todos, hasta a los padres de los pibes, sacaba una fuerza terrible, de superhéroe justamente.
         Tenía un talento especial para hacernos los trajes, mientras yo iba a clases, él se quedaba inventando sus historias y cosiendo capas, botas, pantalones, gorros. Creo que pedía ropa vieja en la iglesia para adaptarla. Usó un tiempo una máquina Singer del año del ñaupa que había sido de mi abuela, la madre de mi viejo. Quedó arrumbada por ahí, era usada de mesa de televisor. Damián la descubrió un día, la limpió toda, la aceitó y la hizo arrancar. Funcionaba todavía. Todo eso habrá sido hasta que tuvo 10 años, después disminuyó porque salía toda la tarde a cartonear, llegaba cansado, a veces ni llegaba. Cada vez que nos cruzábamos me decía que teníamos que vernos para jugar a los superhéroes. Yo lo esperaba pero muchas veces se quedaba dormido o llegaba a cualquier hora y el que estaba dormido era yo.
         Un verano estaba leyendo debajo de un árbol unos libros que me habían prestado de la biblioteca de la escuela y llegó con una pibita, fea la pibita. Se llamaba Ludmila, un nombre de porquería. No me cayó nada bien. Él quería que jugáramos los tres, le había hecho un traje de chica superpoderosa. Se hacía la linda, pero de linda no tenía nada, ni el pelo, ni los ojos, ni el cuerpo, era bien fea. Damián andaba raro, medio boludo. Ahora me doy cuenta que capaz que se había enamorada de la tal Ludmila. Pendeja fiera. No sé de dónde la había sacado, de un basural probablemente porque parecía que hacía como dos años que no se pegaba un baño. Después me contó que la había conocido cartoneando, que la tuvo que defender porque la estaba corriendo el padre con un cinto no sabe porqué, pero si la agarraba la hacía mierda, sacadísimo estaba el viejo, medio borracho o borracho del todo. Damián la metió en el carro y se agarró a trompadas con el tipo, casi lo mata, parece que los tuvieron que separar porque lo tenía agarrado de la garganta con el cinturón, paraguayo era el tipo. Cuentan que gritaba como un chancho a punto de ser degollado.
         Ese verano fuimos los tres superhéroes: Damián, Ludmila y yo que siempre hacía de malo. Son los mejores papeles, me salían bien, me divertían. Imitaba voces y revoleaba de lado a lado las capas que me hacía mi hermano. Teníamos todo escondido en un baldío que quedaba como a dos cuadras de casa, estaba metido en unas bolsas para que no se arruinara con la lluvia o la mugre. Cuando hacía mucho calor, nos quedábamos jugando hasta la madrugada, cuando ellos volvían, a veces no volvían y estaba yo solo esperándolos con las cosas. Los esperaba como hasta la una, una y media, si no llegaban para esa hora, me iba a dormir. Me acuerdo que hacía mucho calor, en realidad casi no se podía dormir. Será por eso que ellos no volvían, nunca me decían dónde se quedaban, yo tampoco preguntaba demasiado. A veces pasaba una semana entera y aparecían. No más de eso.
         El verano terminó y no vinieron más. No sé qué pasó. Comenzaron las clases y arranqué con quinto grado. Salía a las cinco y media después que nos daban la merienda, siempre que ningún desacatado del barrio no desvalijara el comedor de la escuela o no mandaran las cosas para que las maestras nos cocinaran algo. Cada tarde iba para el baldío a ver si encontraba a Damián o a la novia esa que se había ligado. Nada. Ni señales. Le pregunté a mi mamá y se encogió de hombros, a ella nunca le importó demasiado, menos ahora que se había juntado otra vez con mi padrastro. Me dijo de nuevo que no le daba mucho la cabeza, que se habría metido en algún quilombo y habría terminado debajo de las ruedas de un camión o en un instituto. No le pregunté más.
En el invierno me llevé los trajes, revisé la bolsa y no faltaba nada. Los guardé debajo de mi cama esperando en cualquier momento usarlos y hacernos los superhéroes,  yo siempre era el malo. Pero no los saqué más de ahí.