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martes, 27 de noviembre de 2012

El pozo de Alberto



Acá va el original en castellano, el grupo de portugués amenaza hace rato con una traducción... hay que esperar si se concreta, ver para creer ;-)

Alberto, el hermano más chico de Eliseo, había caído a un pozo de agua cuando tenía cinco años. Fue una tragedia. Todos los vecinos procuraron sogas, cadenas o sábanas atadas para rescatarlo. El caballo del viejo Hilario había sacado una fuerza sobrenatural y tiró con ganas, con unas ganas que no le habían visto nunca porque siempre había parecido tan venido abajo como su dueño. Nadie lo recordaba de potrillo, todos hablaban de él como un caballo viejo, como el viejo Hilario. Pero nada se pudo hacer, Alberto quedó para toda la eternidad en el pozo. No se le pudo dar al cuerpo cristiana sepultura, ese hecho acongojó a todos, principalmente a su familia.
         En el pueblo se llevó a cabo un funeral a cajón cerrado. En la tapa del ataúd había una foto suya. Todos lloraron con desconsuelo porque lo querían, porque les había causado impresión una muerte tan espantosa o bien porque les pagaban como lloronas. Todos lloraron con desconsuelo y acompañaron al féretro hasta el cementerio. Lo enterraron y colocaron tantas flores sobre el cajón que casi no hizo falta tierra para cubrirlo.
         Eliseo desapareció unos cuantos meses. Un buen día se presentó en la escuela de nuevo. Aprobó los exámenes atrasados y asistió a las clases todos los días desde ese momento, sin ausentarse siquiera una sola vez, ni por lluvia, ni por anegamiento de caminos, ni por ninguna causa. No hablaba con nadie, no pronunciaba una sola palabra. La maestra, la señorita Beatriz, conversó con sus padres, con la directora del establecimiento, quiso comunicarse infinidad de veces con él, pero Eliseo no hablaba. Muchos creían que era por el trauma que le había causado la muerte de su hermano menor, otros interpretaban que quería llamar la atención, otros decían que había enloquecido. Esta última versión fue la que más prosperó cuando apareció un día de diciembre con un papel en la mano al que leía sin parar: “éste es un mundo como otro cualquiera”.
         La señorita Beatriz se asombró por partida doble: Eliseo había vuelto a hablar después de casi seis meses y la frase que repetía era misteriosa porque desconocía de dónde la había extraído, no sabía si él mismo la había escrito, si la había copiado de algún libro o si alguien se la había dicho. Cuando dejó de hablar y hablar porque se le había secado la garganta y fue hasta el bebedero a tomar un poco de agua fresca, la maestra se le acercó e intentó averiguar de dónde había sacado esa frase. Eliseo le respondió que su hermano Alberto se la había dicho. La señorita Beatriz le preguntó si había sido antes de morir, como queriendo encontrarle algún sentido a toda esa situación que rayaba el desquicio. Eliseo negó con la cabeza. Entonces ella indagó en qué momento había sido y él respondió que el día anterior.
         La maestra estaba espantada porque veía que su alumno había recaído en la locura total. Una pena inmensa le oprimió el pecho porque pensaba en la familia que tenía un pequeño hijo muerto en circunstancias trágicas y otro que se había salido sus cabales. Le quiso hacer entender que no podía ser, tanto énfasis puso en su explicación, que poco a poco toda la escuela los rodeó en el patio y comenzó a opinar.
         Atónito, apesadumbrado, queriendo poner fin al aquelarre que se había generado a su alrededor, Eliseo emitió un grito desgarrador que enmudeció en sólo un segundo a todos, desde la directora hasta el último compañero. Los instó a que lo siguieran al pozo donde había caído Alberto. Todos se enfilaron mudos: lo que nunca habían logrado en el pueblo que era organizarse para hacer algo, en ese momento lo alcanzaron. Una larga cola atravesó todas las calles hasta el pozo que había quedado sellado con unas maderas y ramas secas. Nadie emitió una palabra ni hizo ningún ademán, pero las miradas se entrecruzaban y dialogaban en el más profundo silencio.
         Llegaron. Había un pequeño hueco por donde Eliseo se asomó. Farfulló algo que nadie entendió. No se escuchó respuesta alguna. Volvió a insistir. No se oyó nada. Comenzaron las primeras murmuraciones. Eliseo pidió silencio. Volvió a meter la cabeza en el pozo, esta vez más adentro. La señorita Beatriz le sostenía las piernas. Gritó, gritó una y otra vez. Nadie respondió. Algunos se burlaban, pero eran los menos. Los demás comentaban con tristeza lo que estaba sucediendo. Eliseo se desesperó y la maestra lo sacó. El pobre chico se sentó apoyando los codos sobre sus rodillas y comenzó a llorar desconsoladamente. Pasaron unos pocos minutos y se sintió un ruido estremecedor. Todos se dieron vuelta. Venía corriendo el viejo Hilario con su caballo a una velocidad que no se observaba ni en los mejores hipódromos. Frenó casi sobre las piernas de Eliseo y su maestra. Le faltaba el aire, se lo veía agitado y parecía que iba a descomponerse en cualquier momento. Bajó con dificultad y dijo:
-         Alberto está en el pozo de mi campo, dice que éste es un mundo como otro cualquiera, como el de ustedes… por eso no entiende por qué vinieron todos si no hay nada para ver.