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viernes, 23 de mayo de 2014

Kung Fu

Cuento incluido en el libro: ¡Atendé que te está sonando!

Premios nacionales: no / Premios internacionales: menos /
Concursos ganados: ninguno / Prólogo de escritores reconocidos: nadie se prestó / Reseñas en suplementos culturales: no registra.

Queda bajo su responsabilidad y propio riesgo la lectura del mismo.



Eliana no tiene idea de cómo se llama. Piensa en que hoy no fue, eso le resulta extraño, es bien extraño. El tipo va siempre al restaurante, va todos los lunes y jueves. Hoy es lunes, no vino. El dueño la tiene podrida con que lo trate bien, que sea cortés, que le pregunte cómo está todo y que bla bla bla. Ella lo trata muy bien, trata bien a todo el mundo, no sabe por qué le dice siempre lo mismo. Será porque el veterano se gasta él solo una buena cantidad que salva la noche. Lunes y jueves, esos son los días que va. ¡Qué rutinario! Los mismos días y los mismos pedidos: sushi con champagne y, después que se bajó el cosecha ´54, pide una botellita chica para el postre. Eliana lo piensa bien y se dice que mejor que no haya ido. Está harta de tener que barajar al viejo éste y subirlo a un taxi cada día. Ninguno de los guachos que trabaja con ella la ayuda, por suerte es de su misma estatura y más bien menudo, si no sería imposible llevarlo como muleta hasta el auto. Tuvo que pagarle el primer taxi que le pidió, después se disculpó y le devolvió la plata, pero ese día se tuvo que volver a gamba a la casa por pagarle el taxi a ese loco borracho. El dueño bien que se hizo el estúpido y no largó un mango, hijo de puta. El viejo no sabía cómo disculparse cuando fue la próxima vez, le dió guita demás incluso, ella lo tomó como propina. Ya hace como dos años y medio que va y siempre pide lo mismo: sushi con champagne cosecha ´54, lunes y jueves, desde hace dos años y medio. Siempre lo atiende Eliana, ella es muy simpática con todo el mundo, con él por supuesto que también, sobre todo porque después del incidente del taxi que le pagó, el tipo empezó a darle siempre ciento cincuenta pesos de propina que le deja en el bolsillo del delantal negro que usa. Una vez, antes de terminar su acto de bajarse las botellas de champagne y caer borracho como una cuba, le puso la plata en el bolsillo y le pasó la mano por la pierna. Ella reaccionó discretamente, sacándosela y mirándolo fijo. Bastó eso para que no se repitiera. Eliana piensa que se aprovechó de la situación haciéndose el tomado, aunque no le dió mayor importancia y fue a llamarle el taxi, se avecinaba otro desmayo a causa del champagne. No es cierto, otra vez también se quiso pasar de vivo y cuando ella lo sostenía para ir hasta el taxi, trastabilló y se sostuvo de su camisa, desprendiéndole los botones superiores. Ahí pudo ser un accidente, aunque ella dudó porque la tocó más de la cuenta. Ella se acomodó la ropa y le dijo que no se hiciera el boludo. El chino sólo sonrió y cerró los ojos haciendo una especie de morisqueta, se hacía el que no entendía lo que le dijo. No le gustaba, sí le parecía misterioso y con guita, medio vejete, aunque tal vez no lo fuera tanto, quién sabe qué edad rondaría, ¿Cuarenta? ¿Cincuenta? Quién podría decirlo. Cuando se ponía traje parecía más fachero, pero lindo no era, definitivamente. 
    Eliana no tiene idea de cómo se llama. Piensa en que hoy no vino, eso es extraño. Se acuerda que cuando está cayendo en ese sopor imbancable, le contesta cualquier cosa. Le preguntó varias veces si quería que llamara a algún familiar, si se acordaba el número de teléfono de la casa, cómo se llamaba… ¿Cómo se llamará? Kung Fu le habían puesto con el taxista que lo lleva, se ríen cada vez que lo pronuncian: K u n g  F u. ¿Será japonés? ¿O chino? El dueño le dijo que es un ingeniero japonés que trabaja en una empresa de tecnología. Capaz que es vietnamita o coreano. Bah, chino, debe ser chino, piensa ella, piensa el taxista y también el otro mozo del restaurante que la carga diciéndole que se va a terminar casando con el chino, que el chino está enamorada de ella, que es el novio dos veces por semana. Eliana no sabe porqué se preocupa, tal vez le afecta un poco el cambio en la rutina, obvio que también quedarse sin los ciento cincuenta pesos que le da. Hoy va a volverse en colectivo, ya no da para un taxi, los demás no dejan casi nada y el chino no vino. ¿Cómo se llamará? Piensa que cuando salga puede pedirle al taxista que siempre lo lleva hasta la casa que la acerque y preguntarle si está bien. Kung Fu un par de veces entre palabras en otro idioma, refunfuños y suspiros le había dicho que la invitaría a su casa para conocerse mejor. Ella lo tomaba como una broma y no le prestaba atención a la zaga de idioteces que murmuraba, entre que no le entendía y que se ponía pesado, aunque algo de lástima le daba, nunca lo veía con nadie, cenaba solo, por lo menos cuando iba a ese restaurante… lo que sí que los ciento cincuenta pesos nunca se olvidaba de dárselos. Eliana piensa que probablemente no tenga a nadie, capaz que necesite algo, un remedio, llamar a un médico, no sabe. Lo va a hacer, total no pierde mucho. No cree que se ofenda, al contrario, lo tiene que tomar como una gentileza, alguien que se preocupa por él, está en un país que no es el suyo, por más plata que tenga, si necesita que alguien lo ayude, está deprimido o quiere ir a algún hospital. No le caía mal, al contrario, le resultaba un personaje estrambótico, que daba seguridad y hoy había roto la regla al faltar a su cena habitual.  
   Cuando da la una, el dueño empieza a hacer señas para que vayan cerrando, nunca una menos cuarto, siempre a la una, la cosa que se termina yendo una y veinte o una y media. Es tarde, llama al taxi que lleva al ingeniero japonés hasta su casa, no sabe su nombre. Aprovecha para agarrar y meterse en la cartera una de las botellas chicas que siempre pide, se la va a dar al chino para que no le falte, como un regalo, un gesto de amistad. Cuando sube al taxi el chofer le pregunta si va a la casa de Kung Fu. Ella se ríe y le dice que sí. No hablan nada más. El taxista se dedica a mirarla insistentemente por el retrovisor, no dice nada, la mira por el espejo hasta que llegan. No lo había notado, pero parece un poco desquiciado, raro, como el chino. Es un viaje corto. Eliana le paga y se baja inquieta, no le cayó bien la actitud del tipo. Le da un portazo como reacción, sabe que es una de las peores cosas que se le puede hacer a un taxista (eso, subir sin saludar escuchando música o hablando por celular y pagarle sin cambio). Él arranca a toda velocidad, desquiciado total termina por confirmarlo. 
   Toca el timbre en un chalet antiguo bien mantenido. Nadie atiende. Saca la botellita de champagne de la cartera. Toca de nuevo. Piensa que si a la tercera vez no viene nadie, se va a tomar el colectivo. Toca de nuevo. Se prende una luz y alguien corre la cortina de la ventana lateral. Abre la puerta y es Kung Fu. Ella le sonríe y él le responde del mismo modo. Pasan a un recibidor pequeño que tiene la casa. La puerta se cierra a sus espaldas. Se ve en una especie de living grande a un grupo de mujeres sentadas en torno a una mesa redonda, otras tiradas en un sillón o recostadas en una alfombra oscura en poses todas muy sugestivas, con poca ropa por cierto y las manos pintadas de negro. Ninguna se mueve. El tipo sigue sonriendo y se corre invitándola a pasar. Le dice que la espera desde hace dos años y medio, que había sido la que más había tardado en ir y que ya estaba perdiendo las esperanzas. Le tira intempestivamente ciento cincuenta pesos en la cara en billetes de diez, ella se asusta y se le cae la botella. Él le asesta una puñalada en el corazón y la arrastra hacia adentro. Cierra la puerta y empieza a embalsamarla como a las demás.