Cuento incluido en el libro: ¡Atendé que te está sonando!
Premios nacionales: no / Premios internacionales: menos
/
Concursos ganados: ninguno / Prólogo de escritores reconocidos: nadie se
prestó / Reseñas en suplementos culturales: no registra.
Queda bajo su responsabilidad y propio riesgo la lectura del mismo.
Eliana no tiene
idea de cómo se llama. Piensa en que hoy no fue, eso le resulta extraño, es
bien extraño. El tipo va siempre al restaurante, va todos los lunes y jueves.
Hoy es lunes, no vino. El dueño la tiene podrida con que lo trate bien, que sea
cortés, que le pregunte cómo está todo y que bla bla bla. Ella lo trata muy
bien, trata bien a todo el mundo, no sabe por qué le dice siempre lo mismo.
Será porque el veterano se gasta él solo una buena cantidad que salva la noche.
Lunes y jueves, esos son los días que va. ¡Qué rutinario! Los mismos días y los
mismos pedidos: sushi con champagne y, después que se bajó el cosecha ´54, pide
una botellita chica para el postre. Eliana lo piensa bien y se dice que mejor
que no haya ido. Está harta de tener que barajar al viejo éste y subirlo a un
taxi cada día. Ninguno de los guachos que trabaja con ella la ayuda, por suerte
es de su misma estatura y más bien menudo, si no sería imposible llevarlo como
muleta hasta el auto. Tuvo que pagarle el primer taxi que le pidió, después se
disculpó y le devolvió la plata, pero ese día se tuvo que volver a gamba a la
casa por pagarle el taxi a ese loco borracho. El dueño bien que se hizo el
estúpido y no largó un mango, hijo de puta. El viejo no sabía cómo disculparse
cuando fue la próxima vez, le dió guita demás incluso, ella lo tomó como
propina. Ya hace como dos años y medio que va y siempre pide lo mismo: sushi
con champagne cosecha ´54, lunes y jueves, desde hace dos años y medio. Siempre
lo atiende Eliana, ella es muy simpática con todo el mundo, con él por supuesto
que también, sobre todo porque después del incidente del taxi que le pagó, el
tipo empezó a darle siempre ciento cincuenta pesos de propina que le deja en el
bolsillo del delantal negro que usa. Una vez, antes de terminar su acto de
bajarse las botellas de champagne y caer borracho como una cuba, le puso la
plata en el bolsillo y le pasó la mano por la pierna. Ella reaccionó
discretamente, sacándosela y mirándolo fijo. Bastó eso para que no se repitiera.
Eliana piensa que se aprovechó de la situación haciéndose el tomado, aunque no
le dió mayor importancia y fue a llamarle el taxi, se avecinaba otro desmayo a
causa del champagne. No es cierto, otra vez también se quiso pasar de vivo y
cuando ella lo sostenía para ir hasta el taxi, trastabilló y se sostuvo de su
camisa, desprendiéndole los botones superiores. Ahí pudo ser un accidente,
aunque ella dudó porque la tocó más de la cuenta. Ella se acomodó la ropa y le
dijo que no se hiciera el boludo. El chino sólo sonrió y cerró los ojos
haciendo una especie de morisqueta, se hacía el que no entendía lo que le dijo.
No le gustaba, sí le parecía misterioso y con guita, medio vejete, aunque tal
vez no lo fuera tanto, quién sabe qué edad rondaría, ¿Cuarenta? ¿Cincuenta?
Quién podría decirlo. Cuando se ponía traje parecía más fachero, pero lindo no
era, definitivamente.
Eliana
no tiene idea de cómo se llama. Piensa en que hoy no vino, eso es extraño. Se acuerda que cuando está cayendo en ese sopor imbancable, le contesta cualquier
cosa. Le preguntó varias veces si quería que llamara a algún familiar, si se
acordaba el número de teléfono de la casa, cómo se llamaba… ¿Cómo se llamará? Kung
Fu le habían puesto con el taxista que lo lleva, se ríen cada vez que lo pronuncian:
K u n g F u. ¿Será japonés? ¿O chino? El
dueño le dijo que es un ingeniero japonés que trabaja en una empresa de
tecnología. Capaz que es vietnamita o coreano. Bah, chino, debe ser chino,
piensa ella, piensa el taxista y también el otro mozo del restaurante que la
carga diciéndole que se va a terminar casando con el chino, que el chino está
enamorada de ella, que es el novio dos veces por semana. Eliana no sabe porqué
se preocupa, tal vez le afecta un poco el cambio en la rutina, obvio que también
quedarse sin los ciento cincuenta pesos que le da. Hoy va a volverse en
colectivo, ya no da para un taxi, los demás no dejan casi nada y el chino no
vino. ¿Cómo se llamará? Piensa que cuando salga puede pedirle al taxista que
siempre lo lleva hasta la casa que la acerque y preguntarle si está bien. Kung
Fu un par de veces entre palabras en otro idioma, refunfuños y suspiros le
había dicho que la invitaría a su casa para conocerse mejor. Ella lo tomaba
como una broma y no le prestaba atención a la zaga de idioteces que murmuraba,
entre que no le entendía y que se ponía pesado, aunque algo de lástima le daba,
nunca lo veía con nadie, cenaba solo, por lo menos cuando iba a ese restaurante…
lo que sí que los ciento cincuenta pesos nunca se olvidaba de dárselos. Eliana
piensa que probablemente no tenga a nadie, capaz que necesite algo, un remedio,
llamar a un médico, no sabe. Lo va a hacer, total no pierde mucho. No cree que
se ofenda, al contrario, lo tiene que tomar como una gentileza, alguien que se
preocupa por él, está en un país que no es el suyo, por más plata que tenga, si
necesita que alguien lo ayude, está deprimido o quiere ir a algún hospital. No
le caía mal, al contrario, le resultaba un personaje estrambótico, que daba
seguridad y hoy había roto la regla al faltar a su cena habitual.
Cuando
da la una, el dueño empieza a hacer señas para que vayan cerrando, nunca una
menos cuarto, siempre a la una, la cosa que se termina yendo una y veinte o una
y media. Es tarde, llama al taxi que lleva al ingeniero japonés hasta su casa,
no sabe su nombre. Aprovecha para agarrar y meterse en la cartera una de las
botellas chicas que siempre pide, se la va a dar al chino para que no le falte,
como un regalo, un gesto de amistad. Cuando sube al taxi el chofer le pregunta
si va a la casa de Kung Fu. Ella se ríe y le dice que sí. No hablan nada más.
El taxista se dedica a mirarla insistentemente por el retrovisor, no dice nada,
la mira por el espejo hasta que llegan. No lo había notado, pero parece un poco
desquiciado, raro, como el chino. Es un viaje corto. Eliana le paga y se baja
inquieta, no le cayó bien la actitud del tipo. Le da un portazo como reacción,
sabe que es una de las peores cosas que se le puede hacer a un taxista (eso,
subir sin saludar escuchando música o hablando por celular y pagarle sin cambio).
Él arranca a toda velocidad, desquiciado total termina por confirmarlo.
Toca
el timbre en un chalet antiguo bien mantenido. Nadie atiende. Saca la botellita
de champagne de la cartera. Toca de nuevo. Piensa que si a la tercera vez no
viene nadie, se va a tomar el colectivo. Toca de nuevo. Se prende una luz y
alguien corre la cortina de la ventana lateral. Abre la puerta y es Kung Fu.
Ella le sonríe y él le responde del mismo modo. Pasan a un recibidor pequeño que
tiene la casa. La puerta se cierra a sus espaldas. Se ve en una especie de
living grande a un grupo de mujeres sentadas en torno a una mesa redonda, otras
tiradas en un sillón o recostadas en una alfombra oscura en poses todas muy
sugestivas, con poca ropa por cierto y las manos pintadas de negro. Ninguna se
mueve. El tipo sigue sonriendo y se corre invitándola a pasar. Le dice que la
espera desde hace dos años y medio, que había sido la que más había tardado en
ir y que ya estaba perdiendo las esperanzas. Le tira intempestivamente ciento
cincuenta pesos en la cara en billetes de diez, ella se asusta y se le cae la
botella. Él le asesta una puñalada en el corazón y la arrastra hacia adentro.
Cierra la puerta y empieza a embalsamarla como a las demás.
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