Acá va el original en castellano, el grupo de portugués amenaza hace rato con una traducción... hay que esperar si se concreta, ver para creer ;-)
Alberto, el hermano más chico de Eliseo, había caído
a un pozo de agua cuando tenía cinco años. Fue una tragedia. Todos los vecinos
procuraron sogas, cadenas o sábanas atadas para rescatarlo. El caballo del
viejo Hilario había sacado una fuerza sobrenatural y tiró con ganas, con unas
ganas que no le habían visto nunca porque siempre había parecido tan venido
abajo como su dueño. Nadie lo recordaba de potrillo, todos hablaban de él como
un caballo viejo, como el viejo Hilario. Pero nada se pudo hacer, Alberto quedó
para toda la eternidad en el pozo. No se le pudo dar al cuerpo cristiana
sepultura, ese hecho acongojó a todos, principalmente a su familia.
En el
pueblo se llevó a cabo un funeral a cajón cerrado. En la tapa del ataúd había
una foto suya. Todos lloraron con desconsuelo porque lo querían, porque les
había causado impresión una muerte tan espantosa o bien porque les pagaban como
lloronas. Todos lloraron con desconsuelo y acompañaron al féretro hasta el
cementerio. Lo enterraron y colocaron tantas flores sobre el cajón que casi no
hizo falta tierra para cubrirlo.
Eliseo
desapareció unos cuantos meses. Un buen día se presentó en la escuela de nuevo.
Aprobó los exámenes atrasados y asistió a las clases todos los días desde ese
momento, sin ausentarse siquiera una sola vez, ni por lluvia, ni por
anegamiento de caminos, ni por ninguna causa. No hablaba con nadie, no
pronunciaba una sola palabra. La maestra, la señorita Beatriz, conversó con sus
padres, con la directora del establecimiento, quiso comunicarse infinidad de
veces con él, pero Eliseo no hablaba. Muchos creían que era por el trauma que
le había causado la muerte de su hermano menor, otros interpretaban que quería
llamar la atención, otros decían que había enloquecido. Esta última versión fue
la que más prosperó cuando apareció un día de diciembre con un papel en la mano
al que leía sin parar: “éste es un mundo como otro cualquiera”.
La
señorita Beatriz se asombró por partida doble: Eliseo había vuelto a hablar
después de casi seis meses y la frase que repetía era misteriosa porque
desconocía de dónde la había extraído, no sabía si él mismo la había escrito,
si la había copiado de algún libro o si alguien se la había dicho. Cuando dejó
de hablar y hablar porque se le había secado la garganta y fue hasta el
bebedero a tomar un poco de agua fresca, la maestra se le acercó e intentó
averiguar de dónde había sacado esa frase. Eliseo le respondió que su hermano
Alberto se la había dicho. La señorita Beatriz le preguntó si había sido antes
de morir, como queriendo encontrarle algún sentido a toda esa situación que
rayaba el desquicio. Eliseo negó con la cabeza. Entonces ella indagó en qué
momento había sido y él respondió que el día anterior.
La
maestra estaba espantada porque veía que su alumno había recaído en la locura
total. Una pena inmensa le oprimió el pecho porque pensaba en la familia que
tenía un pequeño hijo muerto en circunstancias trágicas y otro que se había salido
sus cabales. Le quiso hacer entender que no podía ser, tanto énfasis puso en su
explicación, que poco a poco toda la escuela los rodeó en el patio y comenzó a
opinar.
Atónito,
apesadumbrado, queriendo poner fin al aquelarre que se había generado a su
alrededor, Eliseo emitió un grito desgarrador que enmudeció en sólo un segundo
a todos, desde la directora hasta el último compañero. Los instó a que lo
siguieran al pozo donde había caído Alberto. Todos se enfilaron mudos: lo que
nunca habían logrado en el pueblo que era organizarse para hacer algo, en ese
momento lo alcanzaron. Una larga cola atravesó todas las calles hasta el pozo
que había quedado sellado con unas maderas y ramas secas. Nadie emitió una
palabra ni hizo ningún ademán, pero las miradas se entrecruzaban y dialogaban
en el más profundo silencio.
Llegaron.
Había un pequeño hueco por donde Eliseo se asomó. Farfulló algo que nadie
entendió. No se escuchó respuesta alguna. Volvió a insistir. No se oyó nada.
Comenzaron las primeras murmuraciones. Eliseo pidió silencio. Volvió a meter la
cabeza en el pozo, esta vez más adentro. La señorita Beatriz le sostenía las
piernas. Gritó, gritó una y otra vez. Nadie respondió. Algunos se burlaban,
pero eran los menos. Los demás comentaban con tristeza lo que estaba
sucediendo. Eliseo se desesperó y la maestra lo sacó. El pobre chico se sentó
apoyando los codos sobre sus rodillas y comenzó a llorar desconsoladamente.
Pasaron unos pocos minutos y se sintió un ruido estremecedor. Todos se dieron
vuelta. Venía corriendo el viejo Hilario con su caballo a una velocidad que no
se observaba ni en los mejores hipódromos. Frenó casi sobre las piernas de
Eliseo y su maestra. Le faltaba el aire, se lo veía agitado y parecía que iba a
descomponerse en cualquier momento. Bajó con dificultad y dijo:
-
Alberto está en
el pozo de mi campo, dice que éste es un mundo como otro cualquiera, como el de
ustedes… por eso no entiende por qué vinieron todos si no hay nada para ver.
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